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Asimismo, entusiasta del mensaje de Fátima y profundo conocedor de la Historia, el Prof. Plinio Correa de Oliveira comenta: “El Imperio romano de Occidente terminó con una catástrofe iluminada y analizada por el genio de un gran doctor, que fue San Agustín. El ocaso de la Edad Media fue previsto por un gran profeta, San Vicente Ferrer. La Revolución francesa, que marca el final de la Edad Moderna, fue prevista por otro gran profeta que al mismo tiempo fue un gran doctor, San Luis María Grignion de Montfort. La Edad Contemporánea, que parece estar en la inminencia de acabar con una nueva crisis, tiene un privilegio mayor. Vino la propia Virgen María a hablarles a los hombres”.
Existe, no obstante, una gran diferencia entre esos profetas del Nuevo Testamento y la Celestial Mensajera de Cova da Iria. “San Agustín no pudo más que explicarle a la posteridad las causas de la tragedia que presenciaba. San Vicente Ferrer y San Luis Grignion de Montfort intentaron en vano desviar la tormenta: los hombres no quisieron escucharles. La Virgen explica a la vez los motivos de la crisis e indica su remedio, profetizando la catástrofe si los hombres no la escuchan. Desde cualquier punto de vista, tanto por la naturaleza del contenido como por la dignidad de quien las hace, las revelaciones de Fátima superan, pues, todo cuanto la Providencia ha dicho a los hombres en la inminencia de las grandes borrascas de la Historia”.
Por consiguiente, se trata de dos preparaciones. La primera, hecha por un alto príncipe de la corte celestial; la segunda, por la propia Madre de Dios. La primera recibió de los videntes de Fátima una excelente acogida; a la segunda, la humanidad ha respondido hasta ahora con un terrible rechazo a los maternales llamamientos y advertencias de la Santísima Virgen...
José Orlando Jiménez